domingo, 29 de noviembre de 2009

La quinta cabeza de Cerbero

Pareciera, cuando uno lo piensa, que la ciencia ficción y la comida son entes incompatibles; que la ciencia ficción se hace con la cabeza y no con las tripas; que no hay nada orgánico en ella, sólo píldoras empaquetadas tan frías como el mármol, superficies lisas y muertas. Pero estaríamos equivocados.

Podemos pensar, también, que la comida es sólo aquello cocinado y servido en platos, ingerida con la ayuda de tenedores y cucharas y procesada por todas los mecanismos de la cultura. Pero también existe una atracción atávica por lo crudo que se devora con las manos, que mancha, ensucia y se pega al cuerpo. A mí me encanta comer con las manos y mancharme, una afición a la que sólo puedo dar rienda suelta en la privacidad de mi hogar so pena de anegar mi vida social; pero me encanta meter el dedo en el bote de Nutella, sentir el aceite escurriéndose por las yemas de mis dedos cuando cojo trozos de brochetas de seitán. Es una regresión hacia un estadio primitivo. Como en este relato de Gene Wolfe, perteneciente al libro La quinta cabeza de Cerbero, "Una historia, por John V. Marsch".


El camino se dirigía al norte por el este, casi en la orilla de la cabecera del río. Siete Muchachas Esperando se tambaleaba cuando llegaron: un pequeño y oscuro agujero donde Caminante en la Arena había golpeado el suelo con su talón.

-- Aquí es --dijo--. Me paré a descansar aquí, y con mis orejas cerca pude oirlas hablar.

Hendió la tierra aparentemente sólida con fuertes dedos, apartando los terrones a un lado; luego un terrón, oscuro como los otros a la luz azul del mundo gemelo, apareció goteando. Se oyó un suave murmullo. Caminante en la Arena partió en dos el grumoso terrón, introduciendo la mitad en su propia boca, la mitad en la boca de la muchacha. Ella supo, de pronto, que estaba desfallecida de hambre y masticó y tragó frenéticamente, escupiendo la cera.

--Ayúdame --dijo Caminante en la Arena--. No te picarán. Hace demasiado frío. Puedes limitarte a sacudirlas.

Caminante en la Arena estaba cavando de nuevo y ella le ayudó, dejando a Mariposas Sonrosadas en un lugar seguro y untando su boquita con miel para lamer, lo mismo que sus manos para que pudiera chuparse los dedos. Comieron no solamente la miel sino también las rollizas y blancas larvas, cavando y comiendo hasta que sus brazos y rostros, sus cuerpos enteros, quedaron pegajosos y manchados de tierra; Caminante en la Arena introduciendo sus mejores hallazgos en la boca de la muchacha, y ella sus mejores descubrimientos en la de Caminante en la Arena, sacudiendo a las atontadas abejas y cavando y comiendo otra vez hasta que cayeron felices y ahitos un en brazos del otro. Ella se apretó contra Caminante en la Arena, sintiendo su propio estómago duro y redondo como una sandía debajo de sus costillas y apretado contra la piel de su compañero. Sus labios estaban sobre el rostro de él, sucio y dulce.

WOLFE, Gene. La quinta cabeza de Cerbero. Traducción de José María Aroca. Barcelona: Ediciones Acerbo, 1972, .

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